Compartir esta nota

Teniendo en cuenta lo que puede venirse en la Copa, este Súper es una encrucijada. ¿Cuánto festeja un hincha si su equipo gana? ¿Cuánto lo sufre si pierde? ¿Qué harán los técnicos? ¿Guardar mucho, poquito, nada? En una semana empieza un partido que recién puede definirse a fines de enero.La palabra Superclásico trae mil historias y mil histerias. Cada choque es sinónimo de pasión, de desequilibrio, de desborde, de no interesa dónde o cuándo siempre hay que jugarlo sin importar el mañana. Es así. Y no es tan así. A veces el mañana importa.

Jugaron por la Copa 2019. En el 2020 no hubo ni habrá Súper. Qué año…

En 2004 River gana uno por el torneo local (gol de Cavenaghi), pero después la gallinita de Tevez y aquellos penales del inolvidable equipo de Bianchi redujeron ese triunfo a mera estadística; y, en 2015, Boca gana 2-0 por el torneo local, pero River al toque lo elimina de la Libertadores para que ese triunfo haya sido eterno por un día: sólo aquel domingo.

Ahora viene uno que se juega por un torneo raro, un torneo que será importante para quien salga campeón y copita de leche para quien no. Conquistar la Copa Diego Maradona será algo relevante para River, siempre y cuando Boca no levante la Libertadores; y viceversa. Así son los primos. Dos caras de una misma moneda. Así viven. Así sienten. Así se miden, se odian y se necesitan.

Lo cierto es que este Súper pone a hinchas y técnicos en una encrucijada: para los hinchas es incómodo porque si se gana hasta dónde se festeja, cuánto se gasta al rival, o cuánta malasangre hacerse si se pierde, si después puede llegar esa final que achica todo lo anterior. Esa final que ambos mienten al decir que quieren que llegue. Porque otra definición copera entre River y Boca sólo pueden desearla los hinchas neutrales que la verán pochoclo en mano, los que venden el producto (la Conmebol, los medios)  y los que venden humo: seamos sinceros, más allá de las valentonadas en público, en su interior ni River quiere cruzarse con Boca ni Boca con River. 

Y el Muñe sabe todo lo que significa un Superclásico.

En cuanto a los técnicos, ni Gallardo ni Russo, dos animales competitivos, le bajan el precio a este Súper doméstico, pero el partido los pone ante el dilema de qué hacer, si guardar o no, teniendo en cuenta la semifinal que se les viene apenas horas después. ¿Ganar este clásico puede ser un gran envión anímico, la inyección necesaria para encarar lo que resta? ¿Perder puede agitar algunas aguas, sembrar ciertas dudas, abrir interrogantes que no existían? Es difícil precisarlo cuando todo, y tanto, está por verse.

Así, la realidad es que más allá de estas cuestiones, de estas previas que sirven para engordar morbos, llenar horas de TV y páginas de diarios, en una semana se nos viene un Súper singular en varios aspectos: será el primero de Gallardo vs. la gestión Riquelme nada menos, será en un inédito 2 de enero (con el pan dulce atragantado) y será sin gente. Un Súper extraño, incómodo, que puede significar mucho o tal vez nada. Un Súper que podrá quedar en la historia como el que se jugó en medio de un mundo atravesado por la pandemia o como el de la antesala de otra final capaz de detener ese mismo mundo.